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1 de mayo de 2006

Donostia



Llegamos a San Sebastián un 1o de Mayo. Sin dinero, con una cesta de fruta que atravesó Francia con nosotros desde el sur de Alemania. Cargados de valijas y libros y revistas que habíamos recolectado en la primera parte del viaje. Veníamos de Uruguay y nuestro destino era Angola.

No teníamos reserva de hotel, el fin de semana largo hacía que la ocupación en los alojamientos estuviera colmada.  Ningún taximetrista quería llevarnos a quien sabe donde, porque ni siquiera teníamos destino claro. Sentada en la plaza, con el fresco de la noche asomándose, esperé a Dardo, quien finalmente consiguió una mujer chofer de taxi que se apiadó y contuvo su frustración de llegar al País Vasco buscando huellas de su pasado y no encontrar la solidaridad que imaginó siempre encontraría.

Imagino mientras escribo esto, la terrible desesperación que deben sentir los refugiados al llegar a lugares extraños donde además son rechazados. Los padres y madres de familia cargando con la responsabilidad de buscar refugio, ayuda, contención para sí y para sus hijos y los hijos, pasivas víctimas de decisiones adultas equivocadas y otras sin opción.

Finalmente, esa maravillosa mujer, reivindicó a los vascos, a la hospitalidad española, y no solo nos trasladó sino que nos consiguió un hermoso apartamento con una amiga en Zarauz. A media cuadra de la playa, nos alquiló por una suma razonable su apartamento de veraneo, nos entregaron la llave sin conocernos, nos pidieron que cuando dejáramos el alojamiento cerráramos la puerta dejando la llave dentro y el dinero de la diaria encima de la mesa.

Baño, ducha, cama, cocina, cajero cerca para retirar dinero. El 2 de mayo alquilamos coche y recorrimos varios pueblos de los alrededores.

No me acuerdo del nombre de la amable señora, pero le estaremos eternamente agradecidos porque nos devolvió la creencia.

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